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XLIV
MORALISTAS GRIEGOS.

de degradación á cualquiera oficial ó soldado que fuese cogido en el arrabal de Daphne; amenazólos con que tendrían que acampar si no mudaban de vida; obligábalos á hacer el ejercicio una vez á la semana, y les visitaba él mismo personalmente las armas y uniformes. Este fué el ejército que venció á los Partos é hizo proezas en Armenia y Arabia. El rigor de Casio degeneraba en crueldad; ponía en un palo á los merodistas, no le detenía el número, arrojando á veces al agua hasta diez soldados aherrojados con una misma cadena. Peor era otra invención suya: plantábase un palo elevado, y á lo largo de él eran atados en fila los condenados á muerte. Hacíase al pie una hoguera, y á los que el fuego no consumía, los ahogaba el humo. A los desertores los desjarretaba ó les cortaba las manos, creyendo que de este modo era más durable el escarmiento. Unos centuriones suyos que mandaban un cuerpo de auxiliares, atacaron y deshicieron tres mil enemigos, pero sin orden de sus jefes: el premio fué condenarlos á muerte de cruz; alborotóse al oirlo el ejército, cunde la sedición, y Casio la apacigua presentándose casi desnudo y gritando: Heridme si os atrevéis, y añadid nuevo desorden á la disciplina relajada.

Con esto, aquietándose todo, logró ser respetado, porque no temió, como dice Vulcacio Galicano. A proporción de lo violento era su carácter inconstante, ya impio, ya religioso; parco y sobrio unas veces, otras glotón y bebedor; hoy casto, otro día lascivo; llamábanle y él se preciaba de ser otro Catilina, protestando que para serlo de veras pensaba matar al autor de Diálogos filosóficos, comparando en esto á Marco con Cicerón, padre no menos de la