no depende de tí (como necesariamente lo es, pues que ignoras el suceso), puedes seguramente decir que no es buena ni mala; por lo cual, cuando vayas al adivino, no lleves deseo ni aversión, porque de otra suerte te acercarás á él siempre temblando. Ten por máxima que todo acontecimiento es indiferente y que no podrá impedirte ni estorbarte lo que te has propuesto hacer, y que, como quiera que seas, está siempre en tu poder el usar bien de él. Acércate, pues, á los dioses con espíritu firme y seguro, y considéralos como los que te pueden dar muy buenos consejos. Cuando te hayan dado alguna respuesta, síguela exactamente. Considera quiénes son los que has consultado y que no podrías desobedecerlos sin menospreciar su potencia y sin incurrir en su indignación. Las cosas de que se ha de consultar al oráculo son aquellas (como decía Sócrates) cuya consideración se refiere propiamente á la suerte y que no pueden ser previstas por la razón ni por ningún arte; de manera, que cuando toca á la defensa de tu patria ó de tu amigo, no es menester ir al adivino para eso, porque si te dice que las entrañas de la víctima dan presagio de mal suceso, es señal infalible que morirás estropeado ó desterrado, lo cual podría ser que te estorbase el designio que tu tenias. No obstante, la razón pide que socorras (con peligro de tu misma vida) á tu amigo y á tu patria. Sea, pues, tu recurso el mayor oráculo.
Vete al oráculo Pytheo, que echó de su templo á un hombre porque en tiempo pasado no había socorrido á uno de sus amigos á quien mataban.