en sus días festivos, dice que ojabá no se tos hubiesen enviado. Es incapaz de perdonar al que involuntariamente le da un encontrón, ó le pisa, ó le empuja.
Cuando algún amigo le ruega que concurra con alguna parte de dinero para aliviarle en su miseria ó quiebra, responde que no quiere darlo; después va y se lo lleva por si mismo, y afiade que ya cuentá este dinero por perdido. El que tropezando en la calle, se irrita y maldice la piedra. Si aguarda á alguno, seguramente no le aguardará por mucho tiempo; ní jamás tendrá con otros la condescendencia de cantar, ni de recitar, ni de bailar; y en fin, es tal, que ni aun cuida de recurrir con sus oraciones á los dioses.
XVI.
DE LA SUPERSTICIÓN.
La superstición parece sin duda ser miedo de los genios ó númenes subalternos. El supersticioso, pues, es tal: Lavándose las manos, y rociado todo con agua lustral ó bendita, sale del templo llevando en la boca unas hojas de laurel, y todo el día se pasea sin dejarlas. Si ve que una comadreja atraviesa el camino que él lleva, no lo pasará hasta que otro pase primero, ó tire tres piedraS sobre el camino[1].
[1] Práctica supersticiosa que usaban para conjurar el mal agüero.