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MORALISTAS GRIEGOS.

le da; y si pierde su mujer una moneda[1] que no llega á cinco maravedís, remudará todos los trastos, los colchones, las arcas, y desdoblará (con inquietud) los tapices. Si vende alguna cosa, la da tan cara que no puede dejar utilidad al que la compra. No permitirá que ninguno coma un higo de su huerto, ni pase por su campo, ni que aun tome una aceituna ni una palma de las que están caídas en el suelo. Irá todos los días á registrar los mojones de sus tierras por ver si están en el sitio en que estaban. Es capaz de pedir las ganancias de un día que haya de más del término hasta que prestó, y aun la ganancia de la ganancia. Convidando á sus compatriotas á un convite, les arrimará la carne trinchada en pedazos muy menudos. Saldrá de su casa con designio de comprar que comer, y volverá sin haberse atrevido á comprar nada. Encargará mucho á su mujer que no preste sal, ni el candil, ni cominos, ni orégano, ni cebada, ni las coronas, ni las navetas ó inciensos para los sacrificios; antes por el contrario le dice: Esto poco, al cabo de un año es mucho. En suma, es cosa de ver las bolsas de estos tacaños mugrientas, y sus llaves tomadas de orín, y cómo llevan las ropas mucho más cortas que lo que viene á su cuerpo, cuản pequeñas son las redomitas de un-


  1. El griego dice tricharcón; esto es, tres chalco8. Para inteligencia de este y otros pasajes, nótese que el chalcos era la décima parte de un óbolo; el óbolo la sexta parte de una dracma, y la dracma ática era una moneda de plata que tenia el valor de una séptima parte de onza de plata, esto es, algo menos de tres reales vellón. Por consiguiente, el óbolo equivalia á cuatro cuartos nuestros, y el chalcos á maravedí y medio y una octava parte.