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MORALISTAS GRIEGOS.

también á la contraria, aspirando á pasar por amigo común de ambas. Dice que los forasteros hablan más justamente que los ciudadanos. Convidado á un festín, ruega al dueño, cuando ya está comiendo, que llame á sus hijos, y luego que los ve llegar asegara que no se parece un huevo á otro como los niños á su padre; se acerca á ellos, los besa, los sienta á su lado, y haciendo del niño con ellos, dice: Ay qué botella! iqué cuchilla! Si quieren dormir, los deja recostar en su seno, aunque se moleste mucho. Acostumbra[1] rasurarse con gran frecuencia, tener los dientes muy blancos, mudar de ropas que aun todavía podrían servir, y usar de bálsamos ú olores. En la plaza se ha de meter junto á las mesas ó lugar más distinguido. Frecuenta los juegos á donde con curre y se ejercita la juventud, y cuando hay espectáculos, se sienta en el teatro cerca de los que le presiden. Vaguea por la plaza sin comprar nada para si; pero sí compra encargos que enviar á sus huéspedes de Bizancio; perros de Laconia para los de Cicico, y miel del monte Himeto para Rodas. Todo esto que hace tiene cuidado de contarlo á sus paisanos. Cuida además de criar ó mantener alguna mona en su casa, de comprar un sátiro ó mico, palomas de Sicilia, cabras con manchas de varios colores, redomas esféricas de Turia, báculos corvos de Lacedemonia, y tapices matizados á la persiana.


  1. Los criticos han convenido en que la descripción que sigue, hasta el fin, no es parte del carácter del lisonjero, sino más bien de un petimetre presumido y vano. Es verosimil se haya perdido el fin de un carácter y el principio de otro, y de ambos haya resultado éste, aunque imperfecto é inconsecuente.