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MORALISTAS GRIEGOS.

das sus acciones, y con eso será siempre uno mismo.

Reflexiona sobre la fábula[1] de los dos ratones, el uno silvestre, y el otro doméstico; y observa el temor é inquietad de éste.

Á las opiniones del vulgo solía Sócrates[2] 1lamarlas cuentos de brujas y espantajos de niños.

Los Lacedemonios en sus espectáculos solían poner á la sombra asientos para los extranjeros[3]; mas ellos se sentaban donde quiera que se les proporcionaba.

Sócrates reconvenido por Perdicas por qué no le iba á visitar: «Por no tener, dijo, un fin el más desgraciado; esto es, por no verme en la dura necesidad[1] Esta fábula se halla escrita con todo el primor y gracia posible en Horacio, Serm., 1, 2, sát. 6.

[2] Sócrates, en los díálogos de Platón in Critone, enseña que las opiniones del vulgo se deben despreciar. Pero Epicteto, Dissert., lib. 11, cap. 1, se explica mejor, diciendo que el destierro, trabajo y la muerte en sí no son temibles sino por los juicios formados acerca de ellos, y que por lo misino hacía bien Sócrates en llamarlos espantajos.

[3] Con el ejemplo de los Lacedemonios, que ponian todo su esmero en obsequiar á los forasteros, descuidando absolutamente su propia comodidad, sin duda nos quiere persuadir M. Aurelio que debemos usar severidad con nosotros mismos, estando muy lejos de tratar asi al prójimo. Esta atención con los huéspedes en Esparta sólo tiene lugar en los últimos tiempos de la República, cuando ya se les permitía entrar en ella, como se ve por el decreto que refiere Eliano, lib. 11, cap. xv, y fué publicado por los Éforos: Se da permiso á lo8 Clazomenios de faltar al decuro; aludiendo á que éstos se habían portado indignamente con los magistrados. Porque á los principios Licurgo había prohibido admitir en Esparta á los forasteros; 8nws dt Taps.optvtes uh Sedáoxado xax tivoc totc nodltans únápywar, para que, concurriendo ellos, no fuesen de algún mal ejemplo á los ciudadanos. Plutarco, in Inst. Lacon., trae esta ley.


  1. 1,0 1,1
  2. 2,0 2,1
  3. 3,0 3,1