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XXVIII
MORALISTAS GRIEGOS.

olvidado de sí mismo, parece que sólo pensaba en la quietud y prosperidad de sus vasallos. Al Senado defería más que ninguno de sus antecesores: exactísimo en asistir á las sesiones aunque para ello tuviese que volver del campo, se mantenía en ellas hasta que el Cónsul las levantaba. Lejos de tener celos de la autoridad del Senado, él mismo la ensalzaba y se sometía á ella. Saliendo á una expedición, le pidió licencia para tomar del público tesoro las sumas necesarias; porque todo, decía, es propio del Senado y del pueblo, hasta el palacio en que habitamos.

Inhibíase del conocimiento de muchos negocios que le tocaban, y los remitía al Senado, dando parte en el gobierno, no solamente á los magistrados actuales, sino también á los que lo habían sido, y consultando con los principales senadores los negocios más graves de la paz y de la guerra. Por eso decía: «Más justo es que yo me gobierne por el dictamen de tantos y tan hábiles consejeros, que no el que ellos sigan mi voluntad.» A los ciudadanos más ilustres les permitía igualarse en el tren de casa y familia con el Emperador. No admitía en el Senado más que á sujetos muy beneméritos y experimentados, y si algún senador se hallaba implicado en causa criminal, la examinaba él antes que se ventilase en juicio, y en éste no dejaba entrar á caballero romano ú otro que no fuese igual al reo.

Socorría generosamente á los que sin culpa carecían de lo necesario para sostenerse con esplendor.

No fué menos religioso en guardar los fueros al pueblo. Nunca le cortó la libertad, sino para impedirle de obrar mal; y en esto usaba de la mayor moderación, sirviéndose más bien de alicientes que no de