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XXVII
M. AURELIO.—SOLILOQUIOS.

Dirigióla desde Roma Marco, y la concluyeron felízmente los tres esforzados generales Estacio Prisco, Avidio Casio y Marcio Vero. Durante esta guerra tuvo efecto el matrimonio de Lucilla, á quien no quiso el padre que las ciudades por donde pasaba hiciesen recibimiento. Vuelve Lucio Vero con su mujer á Roma; y el Senado concede á los dos Emperadores el título de Padres de la Patria (antes, y repetidas veces ofrecido á Marco en ausencia del colega), el nombre de Césares á los hijos[1] de M. Aurelio y el triunfo para todos; pues todos con admirable unión triunfaron en un mismo carro. Aguóse presto esta alegría, desolada Italia, las Galias y frontera del Rhin con una cruel peste que el ejército trajo consigo de Oriente. En ella mostró Marco sus buenas entrañas, dando orden para que fuesen asistidos los enfermos, enterrados los muertos y socorridos los sanos. Otro cuidado suyo fué dar al compañero ejemplos de virtud, que sin embargo no bastaron á corregir su abandono, agravado y hecho incurable con las delicias y corrupción del Asia.

Marco Aurelio, igual en todas fortunas y sucesos,[1] Muerto Antonino Gemino, le quedaban entonces dos varones, Cómodo y Vero César; á éste le perdió de siete años, estando de partida para la guerra de los Marcomanos; matóle una apostema en el oido mal curada, y el padre lo llevó con tanta resignación, que él mismo consolaba á los médicos, y los premió, como si hubieran acertado. Las hijas fueron inuchas, pero Lucilla es la única bien conocida en la bistoria, contentándose con decirnos acerca de las otras, que su padre en la elección de maridos para ellas más atendia al méito persoual y virtud que no á los abolorios y riquezas.

Otros dos niño8 parece que le murieron antes de reinar; pero vivieron tan poco, que apenas ha quedado memoria de ellos, y es cuanto sabemos en orden á la posteridad de M. Aurelio.


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