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M. AURELIO.—SOLILOQUIOS.

ojo que solamente busca lo verde, ó á los dientes que únicamente quieren cosas tiernas y delicadaş.

Ningún hombre hay tan afortunado que al morir no tenga á su lado quien se alegre del mal que le sucede. Y aunque haya sido hombre bueno y sabio, ¿dejará acaso de haber al cabo quien contra el mismo diga: Finalmente, podremos ya respirar libres de este pedagogo: en realidad, con ninguno de nosotros era rígido; antes bien, noté que nos reprendía con ánimo plácido? Esto, pues, se suele decir de un hombre bueno; pero por lo que mira á nosotros, jcuán otros son los motivos por los cuales no pocos desean verse libres de nuestra compañía! Pues si estando para morir pensases sobre esto, te partirias también con un ánimo más plácido, haciendo el discurso siguiente: Yo me aparto de una vida de tales circunstancias, que desean que me salga de ella aun aquellos mismos que vivian conmigo, por quienes yo tanto me afané, hice promesas por su salud, me desvelé por su bien, esperando ellos con mi muerte recibir quizá algún alivio. Luego, ¿porqué uno ha de apetecérel mantenerse por imás largo tiempo entre estos tales? Con todo, no por eso te portas menos propicio para con ellos; antes bien, observando tu costumbre, muéstrate amigo, benévolo y apacible, y que de ninguna manera parezca que te arrancan de su compañía, sino que debe ser de tal suerte la separación como cuando en una buena muerte el alma se desprende con facilidad del cuerpo. Porque la misma Naturaleza que te enlazó unió con ellos, también te suelta ahora. En fin, me separo de ellos como de mis domésticos, no sacado con violencia, sino despedido voluntariay