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M. AURELIO.—SOLILOQUIOS.

con las alabanzas de otros y se aterran con los vituperios? ¿Qué tales son en sus lechos, qué tales á sus mesas? ¿Qué cosas hacen, de cuáles huyen, cuáles pretenden? ¿De qué manera roban, de qué modo arrebatan, no sólo con las manos y los pies, sino con lo que es más respetable en ellos mismos, á cuyo cargo está siempre que quisiere el guardar la fe, la modestia, la verdad, la ley y la bondad de su conciencia? El hombre bien educado y de moderación[1] dice á la Naturaleza, que todo lo dispensa y todo lo recupera: Dame lo que gustares y vuelve á tomarte lo que quisieres. Ni esto lo diría con altanería, antes bien con ánimo rendido y benévolo hacia la misma.

El tiempo que te resta de vida es poco; vívelo como si te hallares en una montaña; porque lo mismo es vivir allí que vivir aquí, con tal que en cualquier lugar viva uno en el mundo como en su ciudad. Vean los hombres y reconozcan en mí un hombre que lo es de veras, viviendo según la Naturaleza: si no me pueden sufrir, que me maten, puesto que vale más morir que vivir como ellos quieren.

De hoy más, déjate absolutamente[2] de disputar cuál conviene que sea un hombre bueno, sino procura ser tal en realidad.

Piensa con frecuencia en el todo de una eternidad[1] Lo mismo decía Job hablando con Dios: Dominus dedit, Dominus abstulit, cap. 1, v. 21. Y á esto podrá referirse aquel precepto de Epicteto.

[2] Séneca notó este vicio en los Estoicos, de quienes dice, ep. 108: De vita semper disputatur, numquam vivitur; y se funda en lo que escribe Epicteto, Diss., lib. IlI, cap. VII.


  1. 1,0 1,1
  2. 2,0 2,1