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M. AURELIO.—SOLILOQUIOS.

de ellos mismos, permanece constante, como quien ha sido llevado y colocado en las Islas Fortunadas[1].

Mas si conocieres que te va faltando el ánimo y que no te es posible salir con la empresa, vete con valor y retírate con denuedo á algún rincón, en donde podrás hacer algo; ó lo mejor será que te salgas de una vez de la vida[2], no con cólera ó despecho, sino como quien tal no hace: con desembarazo y buen modo, ejecutando siquiera esta sola proeza en tu vida, con salir en tal conformidad del mundo. No obstante, para recuerdo de los nombres mencionados te servirá mucho la frecuente memoria de los dioses, y que éstos no quieren ser adulados, sino que[3] todos los racionales se les hagan semejantes en el proceder; no olvidándote que haciendo la higuera lo que es propio de la higuera, el perro lo lo que es peculiar al perro, la abeja lo que es privativo de la abeja, estará el hombre igualmente obligado á cumplir con el deber de hombre.

[1] Aristides, Orat., sacr., hace mención de estas islas, llamadas entre los griegos paxipov, y entre los latinos fortunatas, fortunatorum, á donde se presumian iban á parar las almas de los que habian vivido conforme á razón.

[2] Para inteligencia de este punto, viene muy al caso la respuesta dada por Diógenes Cinico á quien le preguntaba por qué no acababa de salirse de este mundo: que sería muy útil el que viviesen siempre los que saben lo que conviene decirse y hacerse en la vida, pero los que ignoran lo que deben decir y hacer es mejor que se mueran.

[3] Esta es una verdad innegable, con que puede reconvenirse á todo aquel que con capa de santidad intenta adular, y no adorar á Dios, dándose al ejercicio de ciertas devociones exteriores, de suyo buenas y santas, y quedándose al misme tiempo atollado en el cieno de los vicios más detestables.


  1. 1,0 1,1
  2. 2,0 2,1
  3. 3,0 3,1