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M. AURELIO.—SOLILOQUIOS.

ríodo y revolución de años, haya de perecer por un incendio, ahora que deba ser renovado con una perpetua serie de sucesiones. Mas no te imagines que lo sólido y espiritoso de que hablamos haya durado en cada cosa desde su generación, porque todo esto medio es cosa de ayer ó antes de ayer; cosa, que por del alimento y respiración del aire ha conseguido incorporarse con los vivientes: así que sólo se muda aquello que se advirtió después, no lo que la madre dió á luz. Y aun dado por supuesto que aquello te una en sumo grado á su peculiar cualidad, sin embargo juzgo que no obstará á lo que acabo de decir.

Después que tú mismo hubieres adquirido los nombres de bueno, modesto y verídico, de prudente, condescendiente y magnánimo, mira bien no mudes jamás de nombre; y si por tu culpa perdieres los dichos dictados, vuelve á recobrarlos con prontitud.

Pero debes tener presente que el nombre de prudente quería significarte que procurases una exacta inteligencia y continua atención en cada cosa; el de condescendiente te exhortaba á una voluntaria admisión de todos los sucesos que fueren dispensados por la Naturaleza universal; el de magnánimo[1] te movía á una elevación de ánimo sobre los movimientos suaves ó ásperos del apetito sensitivo, sobre la vana gloria, la muerte y cuanto fuere de este jaez. Pues si te conservares en la justa posesión de estos títulos, no anhelando que otros te llamen con ellos, se- [1] La voz ónépopov, casi siempre aplicada al vicio de la soberbia, ahora se toma á la buena parte por la superioridad de espíritu en todos los movimientos sensuales y desprecio de lo perecedero.

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