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M. AURELIO.—SOLILOQUIOS.

dioses pusieron esto en tu mano. Pues qué, ¿no será mejor que te aproveches con entera libertad de lo que tienes á tu mando, antes que con servidumbre y vileza de ánimo irte tras lo que no está á tu disposición? &Y quién te dijo que los dioses no nos dan ayuda[1] en lo que depende de nuestra libertad? pida á Dios la virtud interior de la voluntad, sino para animar á la industria, al que no la reconozca como don de Dios y la tenga sólo por fruto propio de su diligencia; suponiendo que, si absolutamente no tuviese Dios parte en el ejercicio de la virtud, sino que solamente pendiese del conato y esinero de la criatura, seria una ridiculez el pedirla antes á Dios que el adquirirla con su trabajo y desvelo. La doctrina de nuestro Emperador se apoya en lo que escribió Epicteto, lib. 11, cap. xvi. Tertuliano también reprende á estos tales, diciendo : Tanta solicitudine petere audebis quod inte positum recusabis? Exhort. cast. cap. XII.

[1] Ve aquí cómo M. Aurelio confiesa y asegura por razón natural lo que la religión demuestra y euseña á todos.

Cabe muy bien el que Dios ayude á la voluntad, y que ésta quede libre para las acciones de la virtud. Lo más es, que usa de la misma fórmula de que se sirve el apóstol, ad Roncap, VIII, v. 16. A este propósito viene también lo que escribió S. August, de Grat., lib. 1, cap. XV: Cur petitur, quod ad nostram pertinet potestatem, si Deus non adjuvat roluntutem? De donde se colige que la cooperación de Dios y de la criatura fué bastantenente conocida de los antiguos, afirmando éstos que con el socorro divino debía juntarse la industria, el conato, la fuerza humana, sin pretender que sola la mano de Dios lo hiciese en ellos todo, como lo confirma S. Bernardo, de Grat, et lib. arb. Omitiendo por ahora lo mucho que disputan los escolásticos, sobre el modo de conciliar el socorro divino con la elección humana, nos contentaremos con saber lo que es innega ble en las escuelas : Primero, que no es sólo Dios el que con su socorro obra la acción humana de la criatura. Segundo, porque el hombre no recibe de Dios la acción buena por una pura pasión, al modo que recibe los movimientos indeliberados. Tercero, que no es sola la criatura la que ejecuta la dicha acción. Cuarto, porque la fuerza divina y humana son causa total de la misma acción. Quinto,


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