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M. AURELIO.—SOLILOQUIOS.

como todo eso: tú puedes hacer otro tanto, y si no, dime: ¿quién te lo impide? Sufre el trabajo[1], no creyendo que por esto seas un infeliz, ni pretendiendo de esta suerte que te compadezcan[2] ó te admiren; antes bien, apetece una sola cosa, que es tomar la fatiga y desistir de ella como y cuando lo exige la razón de estado y bien público.

Hoy me eximí de toda molestia, ó por mejor decir, sacudí de mí todo enfado, visto que el mal no estaba fuera, sino en mi interior modo de opinar.

Todas las cosas son siempre unas mismas por la experiencia sabidas, de breve duración en el tiempo, y en la materia asquerosas; tales ahora todas, cuales eran en tiempo de aquellos que hemos sepultado.

Las cosas están para nosotros como de puertas afuera, metidas dentro de sí mismas, sin que sepan nada de sí ni declaren á nadie lo que som: luego ¿quién da noticia de ellas? la mente, ó sea la parte principal.

El bien y el mal de un viviente racional y sociable no consiste en los afectos que percibe, sino en las[1] El trabajo, en sentir de los estoicos, era una cosa indiferente, y por lo mismo á nadie podia hacer infeliz, por más que el vulgo mirase como á tal á quien mucho se afanaba.

[2] No sé si hoy dia tiene lugar en algunos de los que profesan austeridad cristiana cierto dicho de Platón, Laërt., lib. vi, el cual, viendo un dia que Diógenes el Cínico, empapado como una sopa con un jarro de agua fría que le habian arrojado, se estaba muy quieto riéndose y haciendo alarde de su miseria, dijo á los circunstantes: Si queréis de veras compadecerle, pusud de largo y dejadlo estar; que él se morirá de frio para lograr vuestra admiración compasiva.


  1. 1,0 1,1
  2. 2,0 2,1