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M. AURELIO.—SOLILOQUIOS.

tal[1], hallándose de tal suerte pronto para pegarse acá con cualquiera otro fuego, que toda materia, por muy poco seca que esté, se encuentra bien dispuesta á concebir la llama, por estar menos mezclada con lo que pueda impedir su incendio. Y asi todo lo que participa de una misma Naturaleza intelectual del mismo modo ó con más aceleración se da prisa para llegar á lo que es de su género, porque cuanto es más aventajado[2] que las otras cosas, se halla tanto más dispuesto á incorporarse y adunarse con su igual.

Examinándolo, pues, con recto orden, entre los irracionales se encuentran enjambres, rebaños, crías de pollos y unos como amores[3], porque desde luego se ve en éstos una misma alma y en lo más noble existe con más extensión aquella fuerza unitiva, cual no la tienen las plantas, ni las piedras, ni los[1] Contextada de toda la antigüedad la atracción entre las naturalezas semejantes, los filósofos ordinariamente acudían á la virtud centripeta como á su verdadera causa.

Daban á los elementos sus respectivos centros ó provincias, en donde no sólo tuviesen su propia y natural habitación, sino también todas sus delicias. La Filocentria se miraba coino causa y principio de la mutua propensión de las naturalezas semejantes, que todas deseaban vivir de asiento en el centro de su patria.

[2] Quizá es más fácil de hallar en los vivientes sensitivos el principio de la conciliación, que no entre las otras naturalezas privadas de sentido; porque apeteciendo aquéllas y percibiendo su bien, sienten en su semejante un objeto que las excita al goce de él. No me empeño ahora en querer indagar el orígen de donde procedan los varios grados de mutua inclinación entre los animalcs, que vemos más ó menos propensos á la unión. Véase á Arist., Hist. Anim., lib. t, cap. I.

[3] Los estoicos negaban que en los animales se diesen afectos verdaderos, aunque al mismo tiempo les concedían un cierto género de pasiones.


  1. 1,0 1,1
  2. 2,0 2,1
  3. 3,0 3,1