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M. AURELIO.—SOLILOQUIOS.

de razón no desearse la muerte temerariamente, ni correr con impetu hacia ella, ni despreciarla con orgullo, sino esperarla como una de las otras consecuencias naturales; y á la manera que tú ahora aguardas á que el embrión salga del vientre de tu mujer, á ese modo debes esperar aquella hora en la cual tu alma saltará de la cáscara del cuerpo. Pero si quieres un remedio vulgar y corroborativo de tu corazón, te servirá principalmente, para estar de buen ánimo tocante á la muerte, la consideración hecha acerca de los objetos de los cuales te habrás de ausentar, y el que no tendrá ya tu alma que mezclarse más ni lidiar con tales costumbres. Porque si bien es verdad que de ningún modo conviene chocar ni ofenderse de los que las tienen, sino mirarlos con amor y llevarlos con paciencia, con todo, conducirá mucho el acordarte que muriéndote te verás libre de unos hombres que no concuerdan contigo en las máximas. Pues sólo esto, si acaso fuese dable, contendría á uno y mantendría en la vida, si se le concediese el vivir en compañía de hombres que siguiesen unos mismos dogmas. Pero tú bien ves ahora cuánta molestia se origina de la discordia de opiniones entre aquellos con quienes se vive; de suerte que se halla uno precisado á decir:-¡Oh muerte, ven cuanto antes, no sea que yo me olvide[1] de mí mismo! El que peca se engaña á si mismo; el que obra invalentía ostentosa de corazón en despreciar la muerte, siendo ésta un tributo que debemos pagar con buena voluntad.

[1] Este es un modo de hablar proverbialmente para significar que una cosa degenera de sí misma.


  1. 1,0 1,1