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M. AURELIO.—SOLILOQUIOS.

causa de los otros, no obstante, cada uno de nuestros espíritus tiene su propio albedrío; que á no ser asi, la maldad de mi prójimo vendría á ser mía también, lo cual no fué de la aprobación de Dios, para que no estuviese en mano de otro el que yo fuese un infeliz.

El sol parece[1] que está difundido, y en realidad se halla extendido por todas partes, sin que pierda nada de su luz, porque esta su difusión es una extensión solamente, y así sus luces se llaman rayos, trayendo su origen del griego ecteinein, extenderse.

Verías sin duda cuál es un rayo si observases la luz del sol que por algún estrecho agujero entra en una casa obscura, porque va derechamente y de la manera que reverbera en cualquiera cuerpo opaco que se le oponga, quitándole la comunicación del aire contiguo, se para allí mismo sin haber deslizado ni caído. Tal, pues, conviene que sea la soltura y dilatación del pensamiento, y de ningún modo una distracción, sino una extensión con que no haga una violenta y precipitada impresión contra los impedimentos que ocurran, ni menos debe la mente desbarrar, sino pararse y aclarar cuanto hubiere per- [1] No puede darse imagen más viva para declarar el modo con que nuestro espiritu debe portarse en su nanera de obrar. El sol lo ilustra todo sin que pierda su luz; asi el alma debe obrar en todo, sin que pierda de vista la luz de la razón: El sol, si da contra un cuerpo opaco, ni pierde sus rayos ni con violencia atropella por él, sino que fijándose en su mismo obstáculo, lo ilustra cuanto puede : á un modo semejante el alma, cuando hallare alguno que se le oponga, ni deberá perder su paz ni atropellar violentamente por él, sino volver sobre si y valerse de la resistencia para ejercitar la virtud, edificando con su dulzura al enemigo.


  1. 1,0 1,1