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M. AURELIO.—SOLILOQUIOS.

No te olvides que la parte principal del alma se hace inexpugnable cuando recogida dentro de si se contenta consigo misma, no haciendo lo que no es de su gusto, aunque se oponga sin motivo ó por mero capricho. ¿Pues qué será cuando gobernada por la razón resolviere con prudencia acerca de alguna cosa? Por esto el alma libre de pasiones es como un alcázar; y realmente el hombre no tiene lugar más seguro en el cual, una vez refugiado, no pueda en adelante ser cogido. Quien, pues, no ha visto este presidio, es un ignorante; y quien habiéndolo visto no se ampara en él, es un desdichado.

Cuenta solamente con lo que las primeras ideas[1] te representan á tí mismo. Te dieron la noticia que fulano habla mal de tí? participósete esto, pero no dijeron que habías recibido agravio. Veo que enferma el niño? mírolo, mas no contemplo que peligre su vida. Detente, pues, siempre de esta suerte en las primeras representaciones, sin que añadas otra cosa en tu interior, y no te sucederá cosa sensible, ó antes bien añade alguna reflexión como quien conoce á fondo la naturaleza de cuanto acaece en el mundo.

El pepino es amargo, déjalo; hay zarzas en el camino, desvíate, y basta. No prosigas diciendo, á qué[1] Si se consiguiese un perfecto dominio sobre la imaginación, este aviso sería de nucha utilidad; pero ahora que ella ó previene ó resiste á la razón, la advertencia no es tanto de apreciar. El uso de confrontar las ideas que las cosas nos excitan con las máximas de la filosofia, y mucho más con las de la religión, logrará gran ventaja sobre los vanos miedos de la fantasía. Lo que nos dice M. Aurelio, lo describe vivísimamente Epicteto. Diss., lib. III, cap. VIII.


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