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M. AURELIO.—SOLILOQUIOS.

sin entenderlo, del mismo modo que Heráclito dice, si no me engaño, que también los dormidos son operarios, que por su parte coadyuvan á lo que en el mundo se está haciendo. Bien es verdad que otro contribuye de distinto modo, excediéndose el que se queja, el que intenta hacer resistencia y el que pretende destruir lo hecho, porque aun de este tal se aprovecha y sirve el universo, y así mira al cabo y reflexiona con quiénes te querrás alistar; supuesto que absolutamente hará buen uso[1] de ti, el que[1] Este artículo trata de la economia de la Divina Providencia en el destino y gobierno de las causas libres, punto el más recóndito é intrincado de todos. Nuestro Emperador quizá tendría por absolutamente necesario que en el mundo hubiese operarios de iniquidad, y más admitiendo el hado á quien los estoicos sujetaban al mismo Júpiter; el hado que hacía obrar con gusto, pero no sin necesidad natural aun respecto del gobernador del universo, el hado que todo lo llevaba enredado de antemano y con una fuerza ineluctable, no podía dejar de arrastrar y meter entre la hez de los ruines operarios á los que tanto antes hubiese puesto el lazo ó atado con la cadena de la maldad. Pero sea de esto lo que fuere, lo que la razón alcanza en esta materia tan ardua es, primero, que siendo Dios de sabiduría y virtud infinita, pudiera muy bien haber ordenado de modo y gobernado con tal economía algún sistema de causas segundas, que por más que ellas pudiesen pecar, con todo no pecasen, no apareciendo de esto repugnancia alguna; segundo, que Dios santísimo y óptimo, en ningún sistema de causas libres pudo proponerse por fin primario ni pecado alguno ni consecuencia alguna de pecado, siendo error que choca contra la idea del verdadero Dios; tercero, que Dios de suyo perfecto en sus obras jamás podía permitir el desorden y mal moral de las causas libres, sin saber y poder reducir á orden y método el exceso y desorden sacando bien del mismo mal; cuarto, que Dios en la providencia actual tiene sus fines justísimos en la permisión del pecado, el cual no está obligado á impedir habiendo acordado el libre albedrío. Por último, Dios


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