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de su caracter, grato á las damas por su gallarda presencia, su donaire natural, su cortesanía y su discrecion, en tanto que reunia en sí toda la autoridad que abandouaba su rey indolente, sabia entretenerle y apartarle de sus obligaciones con espectáculos ingeniosos y magníficos, dignos ya de la cultura de aquellos tiempos.

En el año de 1436 se vieron en Soria el rey D. Juan y su hermana la reina de Aragon: hubo grandes fiestas[1], y los juglares y remedadores entretuvieron á la corte con música, bailes y acciones cómicas.

En el de 1440 D. Pedro de Velasco, conde de Haro, el marques de Santillana[2], y D. Alonso de Cartagena, obispo de Burgos, fueron á Logroño á recibir y acompañar á la infanta Doña Blanca, esposa del príncipe D. Enrique, y á su madre la reina de Navarra. El conde de Haro, entre varias diversiones que dispuso en Briviesca para obsequiar á aquellas señoras, tuvo fiestas de toros, juegos de cañas, danzas y representaciones teatrales[3].

Enrique IV heredó con el reino la incapa-

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