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vos, y dar al pueblo con mas honestidad en el santuario los mismos placeres que disfrutaba en los paseos y plazas públicas.

Lejos de mitigar por este medio el escándalo, le hicieron mas grande. Unieron á la pompa católica las libertades del teatro, y los mismos que predicaban en el púlpito y sacrificaban en el altar, divertian despues á los fieles con bufonadas y chocarrerías, depuestas las vestiduras sacerdotales, disfrazándose de rufianes, rameras, matachines y botargas. Entre los pasos á que daban lugar estas figuras, se mezclaban otros alusivos á los misterios de la Religion, á la santidad de sus dogmas, á la constancia de sus mártires, á las acciones, vida y pasion de nuestro Redentor: union por cierto irreverente y absurda.

Duró este abuso hasta Inocencio III prohibió severamente al empezar el siglo XIII que interviniesen los clérigos como actores en tales farsas; pero si en Italia, y particularmente en Roma, logró moderarse esta costumbre, ni el mal se extinguió enteramente alli, ni dejó de continuar por algunos siglos en las demas nacio-