chas veces la diccion facil y sonora, con que supo hermosear los extravios de su brillante imaginacion.
Juan de la Cueva[1], su compatriota, afluente versificador, que cultivando todos los géneros de la poesía para no ser perfecto en ninguno, siguió las huellas de Malara, empezó desde el año de 1579 á dar al público sus comedias y tragedias: oidas primero con general contento en Sevilla, y repetidas despues en todas las ciudades del reino, sirviendo de modelos ó de disculpa á los que con menos talento se propusieron imitarle.
Entonces se vieron ya confundidos los géneros cómico y trágico en los argumentos de la fábula, en los personages, en las pasiones y en el estilo. Se adoptaron todas las combinaciones liricas, épicas y elegiacas, olvidándose de la unidad y conveniencia imitativa que pide la expresion de los afectos y caracteres en el teatro. Empezó á desatenderse como cosa de poca estima la prosa dramática, que en ambos géneros habia llegado tan cerca de la perfeccion, merced al estudio de al-