examinar previamente las piezas de asunto sagrado que se diesen al pueblo, repitiendo la prohibicion á los clérigos de vestirse de máscara, ni representar en los citados espectáculos. En las demas diócesis de España se repitieron sucesivamente iguales providencias, y todo fue menester para desterrar del santuario desórdenes tan escandalosos, y sujetar á sus ministros á no ser histriones, ni envilecer á vista del público la dignidad de su caracter.
Quedaron pues reducidas las antiguas acciones dramáticas de las iglesias á unos breves dialogos mezclados con canciones y danzas honestas, que desempeñaban los sacristanes, mozos de coro, cantores y acólitos en la fiesta de Navidad, precediendo á su ejecucion la censura del vicario eclesiastico. Ya no intervenian patriarcas, profetas, apóstoles, confesores ni mártires, sino ángeles y pastores; figuras mas acomodadas á la edad, al semblante, á la voz y estatura de los niños y jóvenes que habian de hacerlas. De aqui tuvieron origen las piezas cantadas que hoy duran con el nombre de villancicos[1], los cuales