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en sus caidas, adivinar sus misterios, dar á las voces y frases arbitrariamente combinadas por él la misma fuerza y expresion que él quiso que tuvieran, y hacer hablar en castizo español á un extrangero, cuyo estilo, unas veces facil y suave, otras enérgico y sublime, otras desaliñado y torpe, otras obscuro, ampuloso y redundante, no parece produccion de una misma pluma: á un escritor, en fin, que ha fatigado el estudio de muchos literatos de su nacion, empeñados en ilustrar y explicar sus obras; lo cual, en opinion de ellos mismos, no se ha logrado todavía como era menester.

Si estas consideraciones deberian haber contenido al traductor y hacerle desistir de una empresa tan superior á su talento, le animó por otra parte el deseo de presentar al público español una de las mejores piezas del mas celebrado trágico inglés, viendo que entre nosotros no se tiene todavía la menor idea de los espectáculos dramáticos de aquella nacion, ni del mérito de sus autores. Otros quizás le seguirán en esta empresa, y facilmente podrán obscurecer sus primeros ensayos; pero entretanto no desconfia de que sus defectos hallarán alguna indulgencia de parte de aquellos en quienes se reunan los conocimientos y el estudio necesarios para juzgarle.

Ni halló tampoco en las traducciones, que los extrangeros han hecho de esta tragedia, el auxilio que debió esperar. M. Laplace imprimió en frances una traduccion de las obras de Shakespeare, que á pesar de sus defectos no dejó de me-