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ESCUELA DE LOS MARIDOS.
D. MANUEL.

Mil gracias por la atencion, señor Don Gregorio.

D. GREGORIO.

Y bien, ¿qué dicen esos graves censores? ¿Qué hallan en mí que merezca su desaprobacion?

D. MANUEL.

Desaprueban la rusticidad de tu caracter, esa aspereza que te aparta del trato y los placeres honestos de la sociedad, esa extravagancia que te hace tan ridículo en cuanto piensas y dices y obras, y hasta en el modo de vestir te singulariza.

D. GREGORIO.

En eso tienen razon, y conozco lo mal que hago en no seguir puntualmente lo que manda la moda; en no proponerme por modelo á los mocitos evaporados, casquivanos y pisaverdes. Si asi lo hiciera, estoy bien seguro de que mi hermano mayor me lo aplaudiría, porque, gracias á Dios, le veo acomodarse puntualmente á cuantas locuras adoptan los otros.

D. MANUEL.

¡Es raro empeño el que has tomado de re-