256 Recuerdos Y los sentidos embriaga Y el corazón enajena; Noche de aventuras propia En mil trescientos cincuenta (Edad en que esto pasaba Si mi memoria no yerra), Por La calle de la Sierpe Media noche siendo apenas Dos hombres en la ancha plaza Con prisa y silencio se entran. Largas capas les envuelven, No porque precisas sean, Sino porque bien les cubran De las personas las señas : Por el lado de la sombra Punta á punta la atraviesan De la calle de la Sierpe Hasta la calle de Génova, Y el bulto de sus espadas Que bajo la capa llevan , Las plumas de sus Birretes Y el rumor de sus espuelas , Por hidalgos les acusan, Por mas que entrambos se empeñan En pasar como personas De común raza plebeya. Al fin cuando ya contaban Tomar una callejuela Que al alcázar los llevase Sin pasar frente á la iglesia , Paróse el mas alto de ellos Diciendo : « ¿ Qué sombra es esa Que tras el pilar se oculta ? Benavides ? Yo dijera Que es un hombre. » — Y Benavides Al que pregunta contesta : <c Llegad , señor, sin cuidado , Que ya imagino quién sea Y liará paso al conocerme, Que es hombre que me respeta Porque me debe favores É hicimos juntos la guerra. » Siguió andando Benavides, Siguió el otro, por respuesta Dándole solo el silencio Que satisfacerle muestra, Y frente al hombre llegando Que junto al pilar espera , Mostrándose Benavides Dejó franca la carrera. « Dios te guarde , Andrés, » le dijo El que va, pasando cerca. « Buenas noches, » dijo el hombre; Saludando con llaneza : Y' pasaron los hidalgos Y siguió el otro en su espera. Y entre los dos que se van Por la oscura callejuela Conversación en voz baja Se entabló de esta manera : « ¿Quién es ese hombre? — Un soldado Que entró poco hace en la regla De San Francisco, cansado Del servicio y de la guerra. — ¿Y porqué precisamente En tal ocasión lo deja , Pudiendo darle fortunas Estos tiempos de revueltas? — Dice que al rey Don Alonso Sirvió de grado, y por fuerza • No quiere servir á nadie. — Ya entiendo. — Señor... — Le lleva La opinión del vulgo necio, Que mal de Don Pedro piensa — Ya veis , señor, pues al claustro Se acoge, con su conciencia Se lo habrá mirado bien. — Y á tales horas , ¿ qué espera Solo en mitad de la plaza Sin el trage de su regla ? — Señor, es historia larga. — Tal cual es quiero saberla. — Son cosas que importan poco. — A mí todo me interesa ; Decid, pues. — Pues escuchad. Ya sabéis que representan Al rey los monges Franciscos , Que habiendo en su casa mesma Un manantial necesario Para el buen servicio de ella , El derecho á los vecinos Se les quite de que puedan Servirse de él en su daño Porque sin agua les dejan. Los vecinos, como tienen Aquella fuente mas cerca , Para tomarla á su gusto Su viejo derecho alegan. — Y tienen razón , y el rey Se la da. — Por esa muestra De su real benignidad De los vecinos se aumenta La osadía, y de los monges El trabajo y la impaciencia. De aquí nacen las hablillas, Las voces y las quimeras : Los vecinos á los monges Tal vez obligar intentan A que de noche y de dia Les tengan franca la puerta.
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