brar todas las fibras sensibles, cual si las tocase alguna chispa eléctrica.
Yo no niego que suceda así. Yo no niego nada, pero por lo que á mí toca, puedo asegurarte que cuando siento no escribo. Guardo, si, en mi cerebro escritas, como en un libro misterioso, las impresiones que han dejado en él su huella al pasar; estas ligeras y ardientes hijas de la sensación, duermen allí agrupadas en el fondo de mi memoria, hasta el instante en que, puro, tranquilo, sereno, y revestido, por decirlo así, de un poder sobrenatural, mi espíritu las evoca, y tienden sus alas trasparentes que bullen con un zumbido extraño, y cruzan otra vez á mis ojos como en una visión luminosa y magnífica.
Entonces no siento ya con los nervios que se agitan, con el pecho que se oprime, con la parte orgánica y material que se conmueve al rudo choque de las sensaciones producidas por la pasión y los afectos; siento, sí, pero de una manera que puede llamarse artificial; escribo como el que copia de una página ya escrita; dibujo, como el pintor que reproduce el paisaje que se dilata ante sus ojos y se pierde entre la bruma de los horizontes.
Todo el mundo siente.
Sólo á algunos seres les es dado el guardar, como un tesoro, la memoria viva de lo que han sentido.