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Gustavo A. Becquer.

mosos, que dan renombre á Toledo, y de los que salen las leyes reformadoras de la Iglesia y del Estado, tienen lugar dentro de los muros. Aquí resonó la palabra inspirada de aquellos doctos varones, que con su santidad y elocuencia, pusieron un valladar indestructible al poder; y aquí los reyes vinieron á depositar su diadema ante un solemne concurso de prelados y magnates, que, pesando sus razones en la balanza de la justicia, legitimaban su derecho ó lanzaban sobre su frente los rayos de la excomunión apostólica. En este mismo lugar, Ildefonso, el denodado campeón de la Reina de los Cielos, escuchó de boca de Santa Leocadia, que con este fin rompió la losa de su sepulcro, aquellas frases divinas que, fortaleciendo su ánimo, le dieron valor para proseguir constante la ardua empresa que había acometido. A esta tierra santificada por la tradición pidieron, en fin, las lumbreras de la Iglesia, del trono y de la sabiduría, un reducido espacio donde sus huesos reposaran á la sombra de los altares, en tanto que llegaba el eterno día de la resurrección y la gloria.

Mas la estrella de los Godos desciende á su ocaso; Witiza y Rodrigo apresuran su caída, y los hijos del Profeta se derraman por la península como un torrente. Hoy tolerada, mañana perseguida, pero siempre incólume, siempre pura, la reli-