halla cubierto por series de arcos incluídos los unos en los otros, ofrece al artista un estudio del postrer período de los cuatro en que puede dividirse la historia de nuestra arquitectura árabe. Pero, en cambio, un mundo de recuerdos, á cual más grandiosos é imponentes, se agita y vive en aquellos reducidos lugares; una á una pueden recorrerse allí todas las épocas, con la certeza de encontrar, en alguna de sus páginas de gloria el nombre de la humilde basílica.
La primera que se ofrece á los ojos del pensador, es esa edad remota que sirvió de cuna al Cristianismo, época fecunda en tiranos y en héroes, en crímenes y en fe. La civilización, que muere envuelta en púrpura y ceñida de flores, tiembla ante la civilización que nace, demacrada por la austeridad y vestida del cilicio. Aquélla tiene una espada en sus manos, ésta un libro de verdades eternas, y el hierro domina, pero la razón convence. He aquí por qué los Césares lanzan sin fruto los rayos de su ira desde lo alto del Capitolio sobre las proscritas cabezas de los discípulos del Señor; he aquí por qué á sus legiones conquistadoras de la tierra le es imposible vencer á esas miriadas, no de guerreros, sino de ancianos y de vírgenes, que vierten su sangre con una sonrisa de gozo, y mueren sin resistirse, confesando su religión y prorumpiendo en un himno de triunfo. La semilla de la fe