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Gustavo A. Becquer.

la otra extendida hacia delante como en actitud de jurar. Nosotros, que conocíamos la misteriosa tradición de aquella imagen; nosotros, que tal vez en el fondo de nuestro gabinete habíamos sonreído al leerla, no pudimos por menos de permanecer inmóviles y mudos al mirar adelantar su brazo descarnado y amarillento, al ver aún su boca entreabierta y cárdena, como si de ella acabasen de salir las terribles palabras: «Yo soy testigo.»

Fuera del lugar en que se guarda su memoria, lejos del recinto que aún conserva sus trazas donde parece que todavía respiramos la atmósfera de las edades que les dieron el ser, las tradiciones pierden su poético misterio, su inexplicable dominio sobre el alma. De lejos se interroga, se analiza, se duda; allí la fe, como una revelación secreta, ilumina al espíritu, y se cree.

Pasada esta primera impresión, poco á poco y á medida que nos familiarizábamos con la oscuridad, fuimos gradualmente distinguiendo las efigies, los altares y los muros de la iglesia. Como dejamos dicho, nada de particular ofrece el templo en su parte arquitectónica: ni sus proporciones ni sus detalles son suficientes á producir esa sensación de asombro que causan las maravillosas obras que el mismo arte que elevó por última vez á Santa Leocadia, ha dejado esparcidas por Toledo. Sólo en el exterior de su ábside, que, según ya se expresó, se