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Gustavo A. Becquer.

defendían contra la intemperie, una cúpula de pizarra y una humilde cubierta de tejas.

A medida que nos fuimos aproximando, comenzaron á levantarse á sus alrededores algunas tapias ruinosas, por detrás de las que se elevaban grupos de árboles, entre cuyas copas vimos aparecer una cruz de hierro que nos indicó el carácter religioso de aquella fábrica. En efecto, el edificio que contemplábamos era la antigua basílica, conocida hoy bajo el nombre del Cristo de la Vega.

Al fin llegamos á la verja de hierro que defiende la entrada del atrio, y sobre la que se ve la gran cruz de que ha poco hicimos mención. Allí encontramos dos mujeres, con las que cambiamos un saludo, y á las que nuestro guía hizo presente el objeto que llevábamos. Estas nos señalaron el camino que se dirige á la ermita, y nos internamos en él siguiendo sus instrucciones. El camino lo forman dos tapias de construcción moderna, al par de las que corren dos filas de cipreses, por cuyos troncos suben tallos de hiedra y de campanillas azules, y á cuyos pies crecen un gran número de rosales blancos que enlazan sus flores con las de siempreviva y del lirio.

Un silencio profundo reinaba en derredor nuestro; el leve suspiro de la brisa que agitaba las hojas era triste: hasta en el canto lejano de las golondrinas que cruzaban con vuelo desigual sobre nues-