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Gustavo A. Becquer.

varios ventanillos, abiertos á capricho para dar luz al interior, y de los cuales unos son más bajos y otros más altos, éste en forma cuadrangular, aquél imitando un ajimez ó una claraboya, se ven de trecho en trecho algunas estacas y anillas de hierro, que sirven para atar las caballerías. Una parra añosísima que retuerce sus negruzcos troncos por entre la armazón de maderas que la sostienen, vistiéndolos de pámpanos y hojas verdes y anchas, cubre como un dosel el estrado, el cual la componen tres bancos de pino, media docena de sillas de anea desvencijadas, y hasta seis ó siete mesas cojas y hechas de tablas mal unidas. Por uno de los costados de la casa sube una madreselva, agarrándose á las grietas de las paredes, hasta llegar al tejado, de cuyo alero penden algunas guías que se mecen con el aire, semejando flotantes pabellones de verdura. Al pie del otro corre una cerca de cañizo, señalando los límites de un pequeño jardín que parece una canastilla de juncos rebosando flores. Las copas de dos corpulentos árboles que se levantan á espaldas del ventorrillo, forman el fondo oscuro, sobre el cual se destacan sus blancas chimeneas, completando la decoración los vallados de las huertas llenos de pitas y zarzamoras, los retamares que crecen á la orilla del agua, y el Guadalquivir, que se aleja arrastrando con lentitud su torcida corriente por entre aquellas