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Gustavo A. Becquer.

muchos de los que quieren y no pueden; pero la vanidad, que aunque no lo parezca, es muy ingeniosa, había establecido un ceremonial para evitar supercherías.

Era costumbre que al mediar el festín, el anfitrión ó anfitriona se quitase del cuello la perla, una perla mayúscula, y la triturase en presencia de los convidados que la habían de consumir.

Ignoramos hasta qué punto serán digestivas las perlas; mas lo que podemos asegurar es que, sólo al acordarnos de estos convites en que hacían tan principal papel, se nos crispan los nervios pensando en cómo rechinarían sus partículas entre los dientes.

Después de estas épocas de esplendor, las perlas han seguido estando á la moda en el mundo elegante de todos los siglos y todas las civilizaciones. Desde la célebre que Cleopatra ofreció á Marco Antonio disuelta en vinagre, hasta los históricos hilos de Buckingham, sueltos en presencia del elevado objeto de su amor, en la corte de Luis XIII, las perlas han intervenido como protagonistas en mil y mil lances de amor históricos.

De estas cien anécdotas sólo queremos referir una. Aquellas de nuestras lectoras que, después de leer los renglones que llevamos escritos, se acuerden con un suspiro de sentimiento de las perlas que guardan en las afiligranadas boites de su toca-