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Gustavo A. Becquer.

¿Qué piedras preciosas, qué objetos de lujo y de suprema elegancia habrá comparables á las flores, tan diversas en brillante color, caprichosas formas y suaves perfumes? ¿Qué hay, á pesar de esto, más vulgar que las flores? Es verdad que han tenido también su día de reinado; es verdad que su escasez, si no su belleza, las ha hecho objeto de lujo en épocas determinadas, pero alternativamente se han destronado unas á otras, para dejarle el puesto á la última y desconocida producción vegetal de un clima remoto.

Un hecho que ha tenido lugar últimamente en la famosa feria de Leipsick, á la cual acuden para hacer sus compras los más reputados joyeros alemanes, nos ha inspirado las ya vulgares reflexiones que dejamos hechas acerca de las causas de depreciación de ciertos objetos.

Parece que un comerciante de Ceylán, hasta ahora desconocido en la plaza, se ha presentado este año con una colección de perlas tan gruesas y tan nunca vistas por sus condiciones de Oriente, igualdad y trasparencia, que con justicia han sido colocadas en primer término y pagadas mejor que todas las otras perlas de que el mercado estuvo muy abundante.

Hasta aquí el suceso no tiene nada de particular; pero es el caso que á última hora comenzó á correr de boca en boca por todo Leipsick una his-