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El Aderezo de Esmeraldas.

pulcro una mirada de gratitud; ¡pero morir sin dejarle siquiera un recuerdo!

Estas ideas atormentaban mi imaginación en una noche de insomnio y de calentura, cuando ví que se separaron las cortinas de mi alcoba, y en el dintel de la puerta apareció una mujer. Yo creí que soñaba, pero no. Aquella mujer se acercó a mi lecho, á aquel pobre y ardiente lecho en que me revolcaba de dolor; y levantándose el velo que cubría su rostro, dejó ver una lágrima suspendida de sus largas y oscuras pestañas. ¡Era ella!

Yo me incorporé con los ojos espantados, me incorporé y... en aquel punto llegaba frente á casa de Duran...

— ¡Cómo! exclamé yo interrumpiéndole al oir aquella salida de tono de mi amigo; ¿pues no estabas herido y en la cama?

— ¡En la cama!... ¡ah! ¡qué diantre!... Se me había olvidado advertirte que todo esto lo vine yo pensando desde casa de Samper, donde en efecto ví el aderezo de esmeraldas y oí la exclamación que te he dicho en boca de una mujer hermosa, hasta la Carrera de San Jerónimo, donde un codazo de un mozo de cuerda me sacó de mi abstración frente á casa de Duran, en cuyo escaparate reparé un libro de Mery con este título: Histoire de ce qui n' est pas arrivé, «Historia de lo que no ha sucedido». ¿Lo comprendes ahora?