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Gustavo A. Becquer.

yo soy la angustia que oprime el corazón como con una mano de hierro, yo soy el supremo dolor, el dolor del desamparo y de la miseria.»

« Hoy lloro por esa multitud sin nombre que pasa ignorada por la vida sin dejar más huella en pos de sí que el ancho reguero de sudor y de lágrimas que señala su camino; hoy lloro por los que duermen olvidados en la tierra sin otro monumento que una tosca cruz de palo que casi ocultan las ortigas y cardos silvestres, pero entre cuyas hojas descuellan esas humildes flores de pétalo amarillo que los ángeles dejan del halda sobre la fosa de los justos».

El eco de la esquila se va debilitando poco á poco, hasta perderse entre el torbellino de notas, por cima del cual se destacan los sordos y cascados golpes de una de esas gigantescas campanas que hacen que se estremezcan al sonar, hasta los hondos cimientos de las antiguas catedrales góticas en cuya torre se las ve suspendidas.

— «Yo soy, dice la campana con su medroso y estentóreo acento, la voz de la gigante mole de piedra que para asombro de los siglos alzaron tus mayores; yo soy la voz misteriosa, familiar á las vírgenes de largo brial, á los ángeles, los reyes y los profetas de piedra que velan de noche y de día á la puerta del templo envueltos en las sombras de sus arcadas; yo soy la voz de los deformes endria-