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El carnaval.

bajas, delgadas y gordas, tienen que doblar la cer viz á su yugo y conformarse con sus preceptos hasta que llega el Carnaval.

Entonces la valla se rompe en mil pedazos. Se dispone un baile de trajes en casa de la Duquesa de C*** ó de la Condesa de H*** una legión de modistas, peluqueros y doncellas de labor se pone sobre las armas, las cajas de marfil ó de ópalo del elegante tocador dejan ver los tesoros de perlas y piedras preciosas que contienen; por los muelles divanes caen descuidadamente tendidos los anchos pliegues de las más vistosas telas; el raso, el terciopelo, el brocado de metales, la leve gasa azul salpicada de puntos de oro y semejante al estrellado cielo de una noche de Estío. Hay libertad completa de elegir la falda: puede ser larga ó corta, según lo permita la misma: el descote alto ó bajo en razón á la esteología de los hombros: el pelo empolvado ó al natural, con arreglo al color de la tez. El oro, los diamantes, el tisú, las plumas y las perlas en montón, que otro día pudieran parecer ridicula exhibición de riquezas, parecen entonces como artículos necesarios. El Carnaval ha abierto las compuertas de la vanidad, y el lujo y el capricho pueden por un momento derramarse en oleadas de luz y de oro, de diamantes y de seda, de gasa y de flores por el aristocrático salón del baile.