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El carnaval.

en un palco de la ópera por entre las doradas varillas de su abanico de plumas? ¿A qué no nos atreveremos en el bullicio de la orgía, con la cara tapada, que no nos hayamos atrevido en el silencio del perfumado boiidoir con la cara descubierta? Para desenvolverse, para conspirar ó para lanzarse ¿necesita por ventura alguna idea del discreto antifaz ó del misterioso dominó?

La política y el amor han tirado ya los andadores; la Revolución y el cancán se pasean de la mano por la plaza y salones públicos: el Carnaval no tiene razón de ser, y sin embargo existe. Como las wills, esas fantásticas apasionadas de la danza, se levantan al filo de la media noche para bailar en silenciosa ronda en derredor de los sepulcros, el Carnaval sale todos los años de su tumba envuelto en su haraposo sudario, hace media docena de piruetas en Capellanes, en el Prado y el Canal y desaparece. Sus escasos prosélitos se agitan durante esos días guiados por intereses distintos; para éstos el Carnaval es una cuestión de toilette; para aquéllos una especulación; para los otros una borrachera con el derecho de pasearla al aire libre. Vamos á decir no más que cuatro palabras sobre cada uno de estos tres grupos en que pueden subdividirse los que toman aún parte en el Carnaval de Madrid.