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Gustavo A. Becquer.

en ciertos días del año jugar á los señores y tomarse con éstos todo género de libertades y aun de licencias. En la Venecia de los tenebrosos Consejos, de los Palomos y del puente de los Suspiros, en la Roma de los Borgias, en cualquiera parte donde el pueblo ha vivido sujeto por una mano de hierro á un poder más ó menos tiránico, se comprendía esta periódica explosión de libertad y de locura. La política y el amor pedían prestado su traje á Arlequín, y al alegre ruido de los cascabeles del cetro del bufón, urdían la trama de su novela sangrienta ó sentimental. La aparente rigidez de las costumbres, el aislamiento del hogar, el carácter propio de la época, hacían necesarias esas noches de luna velada por nubes, de rostros ocultos con antifaces, de algazara popular y de misterios, en el Corso y en Rialto.

En este siglo de meetings y de comités, de Teatro Real y de temporada de baños, en este siglo de periódicos y de soirées, de Congreso y de Fuente Castellana, de paseos matinales y de conciertos nocturnos; en que durante el año cada cual es tan extravagante como le parece, se viste con el mamarracho que mejor se le antoja y hace en todos sentidos el más libre uso de su autonomía, ¿qué objeto tiene el Carnaval? ¿Qué nos dirá hoy una mujer en el baile por debajo de la flotante barba de su careta de raso, que no nos lo haya dicho otra ayer