La fiesta de Todos los Santos se aproxima, digo entonces entre mí, los mercaderes de la muerte comienzan á sacar á luz la bisutería del dolor. En otras ocasiones vagando al azar por las calles comienza á sorprenderme un espectáculo extraño.
Me parece que entre las gentes que circulan á mi alrededor y sobre las cuales arrojo á intervalos una mirada distraída, se mezclan seres sobrenaturales y deformes, y de cuando en cuando veo aparecer una cara de tafetán celeste que me mira con sus ojos huecos, una nariz colosal que me sale al paso como cerrándome el camino, ó una cabeza fantástica que me hace visajes horribles desde el fondo oscuro de una tienda de tiroleses. Al notar que aquellas visiones no son otra cosa que caretas que en largos festones de mamarrachos orlan la entrada de los establecimientos públicos, exclamo al fin, cayendo én la cuenta del mes en que me encuentro: — Ya tenemos el Carnaval en planta, los traficantes de la locura comienzan á vender los pasaportes de la despreocupación.
La época del Carnaval ha pasado. El carnaval parece que parodiaba en el mundo moderno la costumbre que en el antiguo permitía á los esclavos