se funde á su dulce calor en cómicos apostrofes ó en lágrimas de grotesca ternura!
El jugo de la vid tiene su epopeya en los himnos de Anacreon, la poesía ha prestado á sus inspiraciones las alas de la oda en los espondeos de Horacio, las jácaras de Quevedo cantan sus picarescas travesuras entre las gentes de baja estofa, aún en nuestro siglo brota espontánea la canción báquica como la flor de la orgía, ¡Qué mucho que en la antigüedad haya tenido adoradores de buena fe un dios sin altar y sin culto!
Entre nosotros, generación nerviosa é irritable cuya inquieta actividad sostiene la continua exaltación del espíritu, el vino ejerce un muy diverso influjo del que debió ejercer entre los hombres de las edades primitivas. Embriagados casi desde el nacer, ya de un deseo, de una ambición ó una idea, constantemente sacudidos por emociones poderosas, el suave impulso de un licor generoso se hace apenas perceptible en el acelerado movimiento de nuestra sangre en el estado de fiebre que constituye nuestra agitada y febril existencia. Para obviar á este defecto, hemos recurrido al alcohol. Pero el alcohol es al vino lo que la carcajada histérica de un demente es á la rica, fresca y sonora de una muchacha de quince años. El uno es el entusiasmo, el otro es la locura; éste apaga la sed, aquél consume las entrañas. La última palabra del