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Gustavo A. Becquer.

to aire de triunfo, — ese muñeco mismo puede ser tema fecundo, no ya de divagaciones poéticas, sino de las más altas especulaciones filosóficas. Ahí está la mujer toda. Hasta se ha hecho una frase de la idea que representa el cuadro: «el hombre es juguete de la mujer,» y es verdad; pobres polichinelas, el mundo parece estrecho á nuestras ambiciones: éste es un héroe, aquél un ingenio, el de más allá un gran corazón ó un gran carácter: uno perora, otro pelea; el de acá pinta, el de acullá escribe; todos nos agitamos, y luchamos y algunos vencemos, hasta que aparece al fin la mujer, esa mujer que hay ó debe haber en el mundo, la sola capaz de hacerse dueña de cada hombre, y ceñidos de nuestros laureles, cubiertos aún del polvo de la lucha, nos agarra por cualquier parte y nos lleva tras sí como esa niña lleva el muñeco, sin que nos quede otro recurso sino pedirle á Dios que la postura no sea del todo ridícula ó traiga un descoyuntamiento demasiado grave.

— Vamos, ya eso va estando más al alcance de la generalidad; aunque así y todo, dudo mucho que se comprenda á primera vista.

— A los hombres se les ocurrirá desde luego.

— ¿Y las mujeres?

— ¿Las mujeres? Las madres ven siempre con delicia otros niños; á unas les recuerdan los ángeles que perdieron; otras suspiran por el que aguardan;