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Gustavo A. Becquer.

to, en su vida, al parecer tan apacible y envidiable, había un misterio horrible. No te diré cómo pero yo llegué á penetrarlo.

Casada desde muy niña con un libertino, que, después de disipar una fortuna propia, había buscado en un ventajoso enlace el mejor expediente para gastar otra ajena; modelo de esposas y de madres, aquella mujer había renunciado á satisfacer el menor de sus caprichos para conservar á su hija alguna parte de su patrimonio, para mantener en el exterior el nombre de su casa á la altura que en la sociedad había tenido siempre.

Se habla de los grandes sacrificios de algunas mujeres. Yo creo que no hay ninguno comparable, dada su organización especial, con el sacrificio de un deseo ardiente, en el que se interesan la vanidad y la coquetería.

Desde el punto en que penetré el misterio de su existencia, por una de esas extravagancias de mi carácter, todas mis aspiraciones se redujeron á una sola: poseer aquel aderezo maravilloso, y regalárselo de una manera que no lo pudiese rechazar, de un modo que no supiese ni aun de qué mano podría venir.

Entre otras muchas dificultades que desde luego encontré á la realización de mi idea, no era seguramente la menor que, ni poco ni mucho, tenía dinero para comprar la joya.