rándola á penetrar con el entusiasmo del creyente en este maravilloso mundo de la leyenda, donde cada roca debía hablarle de un prodigio de valor ó de una aparición divina. Nada ha cambiado aquí de cuanto le impresionaba. Allí está la llanura, teatro de la sangrienta jornada, cuya memoria, prolongándose de siglo en siglo, ha hecho famoso el nombre de estos lugares: allí el santuario, cuya vetusta torre descuella airosa por cima de los puntiagudos tejados de pizarra de la población; á un lado y otro se descubren las gigantescas rocas de las cuales cada una lleva aún el nombre de un héroe legendario: el Pirineo, con las ásperas vertientes, sus peñascosas faldas cubiertas de bosques de abetos seculares y sus dentelladas crestas vestidas de eternas nieves, se alza hoy como ayer, sirviendo de magnífico fondo al cuadro. Este es el Roncesvalles de las caballerescas crónicas; este es el Roncesvalles de las maravillosas tradiciones, este, en fin, el Roncesvalles de nuestros poetas de romancero. ¿En qué consiste, pues, que, á pesar de todo, al descubrirlo hoy la imaginacion se esfuerza en vano por considerar en torno suyo esa atmósfera de entusiasmo y de fe que le daba todo su prestigio? ¿Por qué me fatigo evocando recuerdos de los tiempos pasados para tratar de sentir una impresión grande y profunda, mientras mis miradas vagan, á pesar mío, de un punto á otro, dis
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Roncesvalles.