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Gustavo A. Becquer

LXXIV.

 
Las ropas desceñidas,
Desnudas las espadas,
En el dintel de oro de la puerta
Dos ángeles velaban.

Me aproximé á los hierros
Que defienden la entrada,
Y de las dobles rejas en el fondo
La vi confusa y blanca.

La vi como la imagen
Que en leve ensueño pasa,
Como rayo de luz, tenue y difuso,
Que entre tinieblas nada.

Me sentí de un ardiente
Deseo llena el alma:
¡Como atrae un abismo, aquel misterio
Hacia sí me arrastraba!

Mas ¡ay! que de los ángeles
Parecían decirme las miradas:
— ¡El umbral de esta puerta
Sólo Dios lo traspasa!