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Gustavo A. Becquer.

zas y las decepciones de esas crisis nerviosas, cuyas horas no pueden contarse como parte de la vida; vosotros solos comprenderéis la febril excitación en que vivo yo, que he pasado los días más hermosos de mi existencia, aguardando una mujer que no llega nunca...

¿Dónde me ha dado esa cita misteriosa? No lo sé. Acaso en el cielo, en otra vida anterior á la que sólo me liga ese confuso recuerdo.

Pero yo la he esperado y la espero aún, trémulo de emoción y de impaciencia. Mil mujeres pasan al lado mío: pasan unas altas y pálidas, otras morenas y ardientes; aquéllas con un suspiro, éstas con una carcajada alegre; y todas con promesas de ternura y melancolía infinitas, de placeres y de pasión sin límites. Este es su talle, aquéllos son sus ojos, y aquél el eco de su voz, semejante á una música. Pero mi alma, que es la que guarda de ella una remota memoria, se acerca á su alma... ¡y no la conoce!...

Así pasan los años, y me encuentran y me dejan sentado al borde del camino de la vida... ¡siempre esperando!...

Tal vez, viejo á la orilla del sepulcro, veré, con turbios ojos, cruzar aquella mujer tan deseada, para morir como he vivido... ¡esperando y desesperado!...