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Gustavo A. Becquer.

La primera de estas canciones puede ponerse en boca del Manfredo, de Byron; Schiller no repudiaría la segunda si la encontrase entre sus baladas, y con pensamientos menos grandes que el de la tercera ha escrito Víctor Hugo muchas de sus odas.

Pero nos resta aún por citar una de ellas, acaso una de las mejores, sin duda la más melancólica, la más vaga, la más suave de todas, la última: con ella termina el libro de La Soledad, como con una cadencia armoniosa que se desvanece temblando, y aún la creemos escuchar en nuestra imaginación:


Los que quedan en el puerto
cuando la nave se va,
dicen al ver que se aleja:
«¡Quién sabe si volverán!»

 
Y los que van en la nave
dicen mirando hacia atrás:
«¡Quién sabe cuando volvamos
si se habrán marchado ya!»


VI.

«En cuanto á mis pobres versos, si algún día oigo salir uno solo de ellos de entre un corrillo de