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Gustavo A. Becquer.

En tu álbum tienes mi dibujo; una reproducción pálida, imperfecta, ligerísima de aquel lugar, pero que no obstante puede darte una idea de su melancólica hermosura. No ensayaré pues, describírtela con palabras, inútiles tantas veces.

Sentado, como te dije, en una de las rotas piedras, trabajé en él toda la mañana, torné á emprender mi tarea á la tarde, y permanecí absorto en mi ocupación hasta que comenzó á faltar la luz. Entonces, dejando á mi lado el lápiz y la cartera, tendí una mirada por el fondo de las solitarias galerías y me abandoné á mis pensamientos.

El sol había desaparecido. Sólo turbaban el alto silencio de aquellas ruinas, el monótono rumor del agua de aquella fuente, el trémulo murmullo del viento que suspiraba en los claustros, y el temeroso y confuso rumor de las hojas de los árboles que parecían hablar entre sí en voz baja.

Mis deseos comenzaron á hervir y á levantarse en vapor de fantasías. Busqué á mi lado una mujer, una persona á quien comunicar mis sensaciones. Estaba solo. Entonces me acordé de esta verdad, que había leído en no se qué autor: La soledad es muy hermosa... cuando se tiene junto alguien á quien decírselo.

No había aún concluido de repetir esta frase célebre, cuando me pareció ver levantarse á mi lado y de entre las sombras, una figura ideal, cubierta