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Gustavo A. Becquer.

objeto en que emplearse, se elevaba en forma de ensueños y fantasías; ensueños y fantasías en los cuales buscaba en vano la expansión, estando como estaban dentro de sí mismo.

Tapa y coloca al fuego un vaso con un líquido cualquiera. El vapor, con un ronco hervidero, se desprende del fondo, y sube, y pugna por salir, y vuelve á caer deshecho en menudas gotas, y torna á elevarse, y torna á deshacerse, hasta que al cabo estalla comprimido y quiebra la cárcel que lo detiene. Este es el secreto de la muerte prematura y misteriosa de algunas mujeres y de algunos poetas, arpas que se rompen sin que nadie haya arrancado una melodía de sus cuerdas de oro.

Esta era la verdad de la situación de mi espíritu, cuando aconteció lo que voy á referirte.

Estaba en Toledo; en Toledo, la ciudad sombría y melancólica por excelencia. Allí, cada lugar recuerda una historia, cada piedra un siglo, cada monumento una civilización; historias, siglos y civilizaciones que han pasado, y cuyos actores tal vez son ahora el polvo oscuro que arrastra el viento en remolinos, al silbar en sus estrechas y tortuosas calles. Sin embargo, por un contraste maravilloso, allí donde todo parece muerto, donde no se ven más que ruinas, donde sólo se tropieza con rotas columnas y destrozados capiteles, mudos sarcasmos de la loca aspiración del hombre á perpe-