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Gustavo A. Becquer.

Navarra y el cultivo de las viñas; hablamos en fin, de todo lo que al buen hombre se le ocurrió, primero que de la cueva objeto de mi curiosidad.

Cuando, por último, la conversación recayó sobre este punto, le pregunté si sabía de alguien que hubiese penetrado en ella y visto su fondo.

— ¡Penetrar en la cueva de la mora! me dijo como asombrado al oir mi pregunta: ¿quién había de atreverse? ¿No sabe usted que de esa sima sale todas las noches un ánima?

— ¡Un ánima! exclamé yo sonriéndome; ¿el ánima de quién?

— El ánima de la hija de un alcaide moro que anda todavía penando por estos lugares y se la ve todas las noches salir vestida de blanco de esa cueva y llena en el río una jarrica de agua.

Por la explicación de aquel buen hombre vine en conocimiento de que acerca del castillo árabe y del subterráneo que yo suponía en comunicación con él, había alguna historieta; y como yo soy muy amigo de oir todas estas tradiciones, especialmente de labios de la gente del pueblo, le supliqué me la refiriese, lo cual hizo, poco más ó menos, en los mismos términos que yo á mi vez se la voy á referir á mis lectores.